Siendo siempre importante la comunicación alcanza una significación particular en tiempos como los que vivimos de aislamiento social, preventivo y obligatorio. Si en la contemporaneidad los medios adquieren una centralidad fundamental en la vida de las personas y de las comunidades, mucho más en situaciones de crisis y cuarentena. La comunicación es la ventana hacia el mundo exterior, la fuente de información para la toma de decisiones, pero también la manera de mantener el vínculo social indispensable para la vida de las personas.

Pero -tal como sucede en otros aspectos de la vida- en la crisis aparecen con toda su crudeza los problemas estructurales que evidencian las carencias que afectan nuestra vida, pero también nuestros derechos. Ocurrió con la salud. Y en ese caso el Estado hizo uso de todos los mecanismos posibles para “retrasar el pico” de la pandemia y, de esta manera, “ganar tiempo” con la finalidad de subsanar las carencias en la infraestructura sanitaria y contener a los enfermos por covid-19.

Por analogía vale preguntarse si en materia de comunicación estábamos preparados para afrontar la demanda que planteó la pandemia. Claramente hay que decir que el sistema concentrado y oligopólico de medios que persiste en la Argentina no está a la altura de las exigencias de la crisis y ello quedó en evidencia con la cobertura noticiosa que los principales (por su alcance e incidencia) medios vienen haciendo de la pandemia. En las páginas y en las pantallas no solo no hay diversidad de voces y perspectivas, sino que el sistema mediático se convirtió en el escenario sustituto del debate político, sobre todo en cuanto representación de la oposición que hoy está falta de argumentos y propuestas.

Pero por otra parte y salvo pocas excepciones, el sistema de medios invisibiliza la realidad de los más pobres que, al mismo tiempo, son las principales víctimas de la pandemia. Se habla de los pobres y de la pobreza para la anécdota, el color y la victimización, pero no hablan los y las “protagonistas” de la pobreza a través de los grandes medios. En general estas poblaciones son noticias estadísticas (cantidad de infectados o de muertos) o bien objetos de análisis, pero no sujetos de derecho a comunicarse, a transmitir su mirada sobre las situaciones que padecen, a expresar su propio relato sobre lo que les sucede.

Este protagonismo comunicacional de las y los pobres solo ocurre en los medios comunitarios y populares, las radios, las pequeñas revistas barriales, los improvisados recursos digitales surgidos a la luz de las urgencias de la coyuntura e impelidos para brindar ayuda. Estos medios barriales y comunitarios están siendo importantes para informar, para educar, para alertar, para sumar a la solidaridad de vecinos y vecinas. Sin embargo, también en este caso quedaron en evidencia limitaciones de todo tipo que hablan a las claras de falencias estructurales que impiden el mejor funcionamiento y la plena ejecución del derecho a la comunicación de la población más pobre. Siendo valiosos e importantes ¿estaban estos medios preparados para la exigencia comunicacional del momento? Claramente no. Porque la enorme mayoría de ellos trabajan con bajo nivel de equipamiento, recursos escasos para el sostenimiento de los pocos equipos, poca integración en red y a partir de una gran cuota de trabajo voluntario y militante por parte de comunicadores y comunicadoras allí comprometidos. Entre las muchas alertas que está desatando la pandemia hay que contabilizar también la falta de una acción efectiva del Estado para asumir que una política pública de comunicación es tan fundamental como la de salud y educación. Y dentro de ella, como ha quedado en evidencia en estos días, la comunicación comunitaria o popular ocupa un lugar central. Porque expresa lo local, lo cercano, lo próximo. Porque es la única que puede transparentar las necesidades de las víctimas hablando en primera persona y transformar en significaciones la subjetividad de quienes padecen la pobreza. No obstante todo lo anterior, no se ven planes y propuestas para fortalecer a estos constructores de la comunicación desde la perspectiva de los sectores populares. La comunicación comunitaria y popular sigue postergada en la agenda de las prioridades de la gestión estatal. Pero tampoco los movimientos sociales y las organizaciones sindicales tienen claro el papel que la comunicación tiene que jugar dentro de su estrategia. La coyuntura sanitaria obliga -en todos los campos- a priorizar la urgencia y a postergar otras tareas, pero no puede hacer perder de vista la necesidad de alcanzar objetivos estratégicos que la propia crisis dejó en evidencia y que son los únicos capaces de garantizar cambios de fondo.

wuranga@página12.com.ar